martes, 24 de diciembre de 2013

Los nuevos diagnósticos lo cambian todo, el medicamento también, la compañía aún más... Salud es libertad!

martes, 17 de diciembre de 2013

cervical

Siempre pensándolo, dándole vueltas, haciendo conjeturas; siempre sacando conclusiones hipotéticas bien construidas y enteramente lógicas. ¿Por qué me duele la espalda? Tan sencillo que es darle respuesta a esa maraña de temores e indecisiones.

Recapitulo solamente las palabras que más sencillamente atravesaron el umbral del análisis pseudoargumentativo, ¿y por qué sólo ese breve conteo de realidades y no toda la historia de princpio hasta nuestros días? En primer lugar porque es una historia que comienza cuando yo era un chiquillo puberto y que se ha venido (des)componiendo con el tiempo y, por tanto, es bastante larga e innecesaria. En segundo lugar, porque la experiencia importa en cuanto trascienda hacia mis adentros, en lo profundo de mi consciencia, y esa explicación es aún más laberíntica. Además, me ha puesto a escribir y aqui estoy, asi que pienso que esa debe ser razón suficiente.

Esa famosa curvatura cercival que deberia de tener y no tengo, ya me la habían comentado. "Ese es el mayor de tus problemas" y le dió un nombre: esguince cervical (o por lo menos eso entendí yo). Vaya! ¿Se puede "tratar" terapéuticamente? Sí, pero requerirá de muchas sesiones y mucha constancia. A veces me sorprendo de saber que, a pesar de que se me ha venido pudriendo todo de manera intempestiva, todavía puedo darme el lujo de anteponer la desidia a aspectos muy concretos de mi entorno. (Hago una pausa para absorver el único analgésico natural que puedo recetarme a mí mismo). Esa curvita puede recuperarse, el desgaste sufrido ya no.

Y después pasó a explicarme cómo se tensan los nervios y los músculso y me enseñó el dibujito de uno (cosa que le agradezco, pues he aprendido más a base de dibujos que otra cosa. Me han servido para confirmar muchas de mis conjeturas e hipótesis), "ése ha de ser el músculo que me duele, porque siento la maraña de nervios". Sí, es como una piedra, haciéndose más fuerte al paso de las nubes. Allí hay que atacar, para que se relaje, para que se olvide del fin de mes y del presupuesto, para que se desvincule del querer demostrar y demostrarse a sí mismo; nada de esa larga dedicación de horas de insatisfacción le abona a la fértil espalda que queremos.

Y remató, porque sí lo hizo, "imagínate que en treinta años de tu vida ya te has recorrido con la columna lo que una persona de cincuenta; en la primera parte de tu vida ya te aventaste la mitad." A los setenta y cinco me cambio la caijtas, dije. "Por unas de esas de titanio", pensé. A quedar como nuevo, je! Lo digo con la esperanza, y a la vez la certeza de lo contrario, de que mis vértebras aguanten tal cantidad de días sin obligarme a tomar medidas drásticas con antelación.

Ni hablar! Salud es libertad. Cómo se me quedó grabada esa frase desde que la dijo Christian. Así, como él la dice, extendiendo los brazos, remarcado las des de su oración. "Salud es libertad". Y yo no quiero perder mi libertad, aunque se que no podré recuperarla intacta. Alma tiene razón, es absurdo porque hasta yo mismo lo sé, es el miedo a algo que aún no reconozco del todo, va mutando: el quirófano, la dependencia, el dolor en sí mismo, el sistema económico que rige en la industria farmacéutica a la que rigurosamente me tengo que entregar, la falta del recurso para sustentar el proceso (ese del que hablaba Kafka), la incapacidad, ¿la falta de ganas, acaso? En realidad es un todo amorfo, pero existente. No me queda nada, sólo me queda disfrutar del proceso, que de doloroso habrá lo suficiente para escribir, y entregarme a la etapa de recuperación.

Y hablar de mí mismo, de los hijos que deseo, de la compañera que se entrega y a quien yo me entrego, de mi familia y mis proyectos, de las locuras de mi niña, de la armonía que me está abrazando, de los pasos que quisiera dar, de lo firmes que necesito que sean; y, tal vez ahora más consciente que antes, tenga que voltear hacia mismo, girar mi cuello, quebrarlo, invertirme, introducirme a mi misma piel y llegar hasta los huesos para decir: quiero una oportunidad, quiero intentarlo.