sábado, 24 de septiembre de 2011

El triunfo de la muerte

A veces se habla de la muerte como si se supiera qué es. Se dice, por ejemplo, que es en esencia un eslabón del ciclo de la vida; que en la vida misma va implícita la muerte como la parte cóncava de un arquetipo convexo. Se intenta describir que el paso de los años, se convierte en una invisible pero cruenta batalla para no morir. Se intenta explicar que por vivir libramos una guerra contra la incertidumbre, contra la sensación oscura y silenciosa que implica no respirar. A veces se habla de la muerte como sabiendo que nos llueve la razón, al decir que lo único seguro e irremediable, es que la carne a la larga se pudre y que lo que trasciende es meramente intangible.

Se dice, por ejemplo, que la muerte es un fenómeno laberíntico sin lenguaje y que la sensación de ausencia, fría y permanente -que no necesariamente la ausencia corpórea- tiene como único dialecto al silencio. Se procura explicar cómo la tierra reclama lo suyo, cómo hemos sido polvo, cómo partículas de un mundo insano, cómo cenizas de esa efímera flama a la que llamamos existencia. Se siembran las semillas y se riegan con esa ambigua idea de que la vida es así, aunque la muerte cabalgue libre en su oscuro caballo de omnipotencia.

En ocasiones, cuando se habla de la muerte, se dan explicaciones médicas, químicas, teleológicas, dialécticas, orgánicas y catárticas en donde el equilibrio desempeña el papel principal de la película; designándolo como protagonista de la tragedia. Se dice que morir es la variable x de una ecuación algebraica, imprescindible sólo para descubrir que son los otros valores de la fórmula, los que constituyen la esencia de la vida misma y que en ellos se contiene toda la importancia de la dualidad del ser. Se dice que morir hace al círculo perfecto, que es el contrapeso en la balanza que nos proporciona el equilibrio para vivir -extendiendo la palabra-, permitiéndonos pintar nuestra cotidianeidad, con la única condición de sujetarnos a los caprichos del tiempo y el espacio: su necedad a no envolvernos indefinidamente con su manto de cualidades físicas. Se nos invita a cegarnos ante la x de la ecuación y a explorarnos en el calor corporal del ahora y el hoy.

Se habla tanto de la muerte, y se expresa casi todo de ella por analogía, sólo para concluir que es un claroscuro indescifrable, un túnel profundo con una espesa neblina de lógica y sinsentido al que sólo -y únicamente- se le puede aceptar con todo y su ejército de sombras. Se ahorran los pormenores de tener que admitir la simplicidad del asunto cuando se le describe como la expresó Sabines: como un acto de 'tomar la eternidad como a destajo', y valerse, entonces, de la subjetividad para (des)conocerla. A veces se habla de la muerte como si se supiera que su apariencia -su 'triunfo', lo llama Brueghel- es así...