viernes, 24 de agosto de 2012

Ejercicio I


Él había esperado tanto tiempo a esa mujer. El día que la despidió para no saber si la volvería a ver, supo que era la misma mujer por la que años atrás había perdido la cabeza. Pensar en ella lo ponía inquieto, ¿sería la misma? ¿Lo amaría como siempre?. Recordó aquellas largas noches de vino y velas, aquellos fines de semana de habitación entera sólo para dos, de sábanas y almohada húmedas y cuerpos tibios. En aquellos meses parecía que el tiempo no pasaba nunca. Los nervios empezaron a invadirlo y las horas a susurrarle que faltaba sólo un poco para su encuentro. Roberto tomó un trago, un gran trago, se arregló con esmero y a su salida, rumbo al aeropuerto, pasó a comprar unos cigarros Camel. Algo en su interior le decía que había estado esperando ansiosamente este día y sin embargo tenía un peso de incertidumbre difícil de cargar.

Llegó al aeropuerto con casi una hora de anticipación. La ocasión no era para menos: 'llegaba Marisa después de haber pasado varios años en el extranjero', así se autojustificó su obsesiva puntualidad. El avión venía a tiempo, o por lo menos eso fue lo que le contestaron cuando preguntó por el vuelo en el mostrador, aunque en realidad tenía doce minutos de retraso. ¿Qué tanto son doce mintuos más después de media década? -pensó. Los nervios cada vez crecían más al interior de Roberto, comenzó a sudar ligeramente. Como no queriendo pensar mucho en lo que iba a pasar, miró las tiendas de curiosidades, paseó por el ancho corredor de manera impaciente, salió a fumar, regresó y miró la pantalla de los vuelos. Había pasado ya sesenta minutos en la termianl y ahora sólo faltaba, irónicamente, esperar un poco más.

Roberto se hizo a la idea y de forma serena se acercó a la puerta. El altavoz anunció el vuelo. En realidad habían pasado más de doce minutos de retraso, pero nada de eso importó cuando empezaron a salir los pasajeros por esa puerta. Un poco después apareció Marisa, notablemente agotada del viaje. El cabello diferente, la postura distinta. La vió y espero. La vió como ve un niño a un juguete reencontrado, la vió mientras sus recuerdos la comparaban con la 'Marisa' de antes, la de hace cinco años. Encontró su mirada y ella la de él, se abrazaron. Él se ofreció a ayudarla con sus maletas. Ninguno de los dos supo reconocer en el otro la sonrisa de la que años atrás se habían enamorado. Aún así se besaron y se alejaron del aeropuerto íntimamente decepcionados. Al salir del edificio Roberto encendió un cigarro y ofreció uno a Marisa. Ambos fumaron.

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