martes, 9 de febrero de 2010

Encuentro I

Hace cuánto que no escribía? Que no me sentaba a escribir realmente lo que siento (no a transcribir lo que me gusta...) Creo que me había sentido tan alejado de mi últimamente que perdí el pequeño rastro de la 'inspiración' que algún día creí tener y que por momentos me arrojaba destellos de ideas y emociones que en su momento sentí fáciles de desarrollar. Había estado tan alejado de mi y tan concentrado en tantas cosas, en tantas situaciones, en tantas personas, en tanto ajeno a mí que me olvidé de muchas cosas (incluyendo de este espacio que tanto me gusta). Sin embargo, sabía que tarde o temprano, con este pequeño gran viaje, me iba a topar con mí mismo, el 'yo' que sabía que me iba a reclamar atención, reflexión, el replanteamiento de algunas cosas en mi vida, el 'yo' que se pararía inmóvil frente a mi y no cedería hasta no ver rasgos de expresión manifiesta. Ese 'yo' que me viene arrojando pedazos de ideas para masticar y masticar una y otra vez.

Ese 'yo' se ha salido de su jaula y ha estado jugando por allí con mis ideas y mi pasado y mis emociones y me ha torturado la piel tan sólo de pensar en los posibles encuentros (o no sé si llamarlos re.encuentros) que me propone. Me he topado con la posibilidad de redescubrir la música, la música en general, no tanto los géneros musicales y aprender a disfrutar las cosas que ésta puede ofrecer. He recordado que hace mucho tiempo que no escucho a mis grupos favoritos con tanta efusividad que como cuando los conocí por primera vez, o hace cuanto que no añado grupos a mi lista de los favoritos. He pensado en hace cuánto tiempo que no pongo tantísima atención a un detalle, a un requinto, a un bajeo o a una melodía. Me pongo a pensar en que hace ya mucho tiempo que no desmenuzo palabra por palabra las letras de algunas canciones. Hace mucho que no escucho decenas de veces la misma canción tratando de descubrir, sé que inútilmente (o quiza indescriptiblemente), qué es eso mágico que tiene. La música ha marcado mi vida entera, pero aún tengo muchísimo espacio en la piel, en la sangre, en los labios y la columna vertebral que puede ser agradablemente apuñalado por la melodía.

Me he visto ante la posibilidad de explorar ese misterioso e inmenso mundo de las letras que tanto me apasionaba hace algunos años. Un mundo en el que podía devorar libros enteros casi como una plaga. Por el que pude conocer millones de escenarios, miles de estructuras, cientos de personajes extraños, decenas de imágenes mentales que se quedaron tatuadas en mi cerebro. Esa posibilidad de reencontrarme con esta infinita secuencia de vocales y consonantes y signos lingüísticos y acentos, es realmente seductora. Nunca he dejado del todo esta pasión, pero tristemente la he disminuido, inútilmente sustituida por el texto académico o el formato legaloide. Hace algunas horas, mientras viajaba en Bus leía las frases de un libro que me causaron lo que hace mucho no sentía con un texto.. El delicado acomodo de las frases, las palabras tan perfectas y el sentimiento tan familiar que destrozaba toda emoción provocando el lagrimeo casi instantáneo. Ese momento es digno de guardarse, de conservarse, de dejarlo reproducirse enfermamente una y otra vez, de dejarlo crecer. Ese momento sólo se deposita en el cerebro tras haberse comido la piel entera del lector.

Había ya olvidado un poco cuánto me gusta caminar y cómo los pasos de mis botas iban dejando atrás los caminos y dibujando huellas en mi memoria. Siempre he dicho que viajar es una de las cosas más placenteras que yo he experimentado, pero ¿acaso recuerdo por qué dejé de hacerlo? Puedo pasarme horas escribiendo posibles opciones de una pequeña renuncia a estos sueños eternos de recorrer siempre todo, pero el caso ya no es ése, sino reconocer y no dejar que mis pies olviden que esto de caminar y de asombrarme con las formas, los colores, los aromas, los sabores, los acentos, las costumbres, lo cotidiano/no cotidiano; el sentarme a observar, a explorar, a no pensar y a sólo sentir.. eso es algo que me carga de pilas por la vida.. que en cierto modo, con tanta emoción revoloteando en mi estómago, a veces ni siquiera sé lo que es la vida misma. Esto de ir y venir sólo me hace sentir que mis pasos tienen un sentido y un destino y que habrá que descubrirlo. El poder re.en.con.trar.me con mis pasos bajo nuevos suelos me hace también aventurarme a explorar el viaje más significativo, más agreste, complicado y cansado: el de querer conocerme más a mí mismo y comprenderme cada vez menos.

En momentos realmente absurdos uno puede llegar a extrañar cosas insignificantes, de forma increíble uno puede recurrir a la nostalgia o a la tristeza por detalles tan imperfectos, que a veces cuesta trabajo creer que realmente esté ocurriendo. Sin embargo, no queda más que cuadrarse al sentimiento y aprender a disfrutar de sentir lo que se siente; aprender a disfrutar de recordar lo que se recuerda y no querer desviar las ideas, por más que las cosas parezcan (en un primer plano) desastrozas. Cuánto daño puede hacerse uno mismo de querer ir en contra de lo que las conexiones cerebrales dictan... Cuando se extraña hay que permitirnos extrañar; cuando se quiere reír, hay que permitirnos reír; cuando se quiere gritar, hay que hacerlo con los tres pulmones de homínido que no tenemos; cuando se quiere hacer, hay que hacer y deshacer y volver a hacer; cuando se quiere amar, no hay necesidad de reprimirnos esto; cuando se quiere odiar, hay que aprender a odiarse primero a uno mismo. El reencontrarme con la posibilidad de permitirme estar más en contacto con mis emociones y con mis más primitivos deseos, quizá me hará una persona mucho más transparente conmigo mismo y podré verme más fácilmente a través del espejo de mi inconsciencia.

[No quisiera nunca olvidar estas palabras y la sensación que me produce pensarlas, por eso las escribo.. porque sé que en el muro de la inconstancia, la memoria es lo primero que falla]

Barcelona, Esp.
09 . Febrero . 2010